Entre la lucidez y el delirio, la conciencia se observa a sí misma

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Anotaciones desde el borde de la mente

clínica
La belleza como síntoma

La autora —o tal vez las autoras que habitan en la mente fragmentada de Lía— construye una atmósfera de vigilancia constante y belleza contenida. Su prosa, afilada como un bisturí, logra un equilibrio extraño entre la precisión del diagnóstico y la fiebre poética de lo inefable.

La conciencia como laboratorio

Es una exploración radical —y por momentos insoportable— de la conciencia: un laboratorio textual donde los límites entre cuerpo y lenguaje, entre percepción y registro clínico, se erosionan lentamente, como si un ácido invisible corroyera los recuerdos hasta diluirlos en la sangre.

La memoria como enfermedad

El verdadero laberinto no está en los pasillos ni en la arquitectura de la vigilancia, sino en la mente que los reescribe para sobrevivir. Cada número, cada palabra, cada irrupción absurda de un 3:17 —esa marca que infecta superficies y páginas— es una grieta por donde lo humano se filtra, desafiando el orden impuesto.

El lenguaje como diagnóstico

Entre la voz de la psiquiatra, los protocolos de la enfermera, el zumbido de los tubos fluorescentes y el eco de una radio de onda corta, se abre un espacio en el que la conciencia, o lo que queda de ella, se observa a sí misma.

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