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Un estudio de la presencia: cómo habito mi atmósfera narrativa
El retrato como reflejo de la mente silenciosa
Las fotografías que componen este retrato no buscan reconocimiento, sino resonancia. Cada imagen fue pensada como una extensión del pensamiento: el cuerpo como espacio de observación, la mirada como instrumento de estudio. No hay poses ni artificio; solo la autora observando, contenida dentro de su propio silencio. El encuadre, la luz y la textura son parte del lenguaje narrativo: cada plano es una oración visual que intenta describir la mente desde fuera. En estas imágenes, la figura humana se convierte en atmósfera; lo visible, en estado emocional.

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El color, la distancia y la respiración del retrato
El retrato debe sentirse como una observación respetuosa: el lente no invade, acompaña. El color —gris humo, azul petróleo, beige antiguo— evoca la temperatura emocional de cada obra. Cada fotografía respira despacio, con márgenes amplios y silencio entre luces. Lo importante no es la nitidez del rostro, sino la textura de la atmósfera que lo rodea: ese aire suspendido que parece guardar un pensamiento.